Cuando la mente no para... es imposible escuchar
nuestras voces internas, reencontrarnos, descansar en el Ser y en la
seguridad que nos da la Esencia. Un tiempo atrás leí un artículo que
dice “El Amor no es un sentimiento”
de Omraam Mikhaël Aïvanhov, y hay un párrafo en el que se habla de las
personas que trabajan por la paz del mundo, y sin embargo siguen
batallando al luchar contra una cosa u otra: “De esta forma, ¿qué paz
pueden aportar? En primer lugar, el hombre debe instalar la paz en sí
mismo, en sus actos, sus sentimientos, sus pensamientos. Solo entonces
trabaja verdaderamente por la paz.” Más allá de lo valioso del
artículo y de la enseñanza que transmite, me detengo en: “el hombre debe
instalar la paz en sí mismo.” ¿Cómo?. Apaciguando la mente. Parece algo
muy simple, pero... ¿cuánto se escribe, se habla en este sentido y sin
embargo, es tan difícil lograrlo? Tampoco se trata de demonizar a la
mente, porque caemos en la polaridad, y en definitiva somos unidad, un
complemento armonioso que en su estado natural está preparado para
funcionar al unísono, sólo hay que recordarlo.
Pero volviendo a “apaciguar la mente”, también este es
un deseo de la propia mente, y con ella, lo logramos. Y los caminos,
métodos y enseñanzas para ello pueden ser varios. Un ejercicio muy
valioso y que deja ser a los pensamientos para verles el sentido, es el
llamado “El Ejercicio del Portero”. Anselm Grün se refiere a él tomando
la idea del monje y asceta cristiano Evagrio Póntico, llamado El
Solitario (pensador, escritor y orador, 345 - 399 dc). Evagrio, en una
de sus cartas a un monje, le dice: “Sé el portero de tu corazón y no
dejes que entre ningún pensamiento sin someterlo a escrutinio. Interroga
a cada uno de los pensamientos por separado, preguntándole: ¿eres uno
de los nuestros, o te cuentas entre los enemigos?”. Sin dividir a
los pensamientos en amigos y enemigos, como lo marca Póntico, muy propio
de aquella época, Grün sugiere realizar el ejercicio de la siguiente
manera:
El Ejercicio del Portero, por Anselm Grün
En concreto, el ejercicio puede transcurrir de la
siguiente manera: me siento media hora en mi cuarto, sin orar, sin
meditar, sin leer, sin reflexionar. Esto no es en modo alguno tan
sencillo. La única condición, sin embargo, es permanecer así media hora.
Poco a poco irán aflorando en mí todos los pensamientos posibles. A
cada pensamiento le pregunto: “¿Qué quieres decirme? ¿Qué anhelo late en
ti?” Por regla general, constataré que todos los pensamientos y
sentimientos tienen un sentido. Cuando le pregunto a mi enojo qué es lo
que quiere decirme, probablemente me llamará la atención sobre lo
siguiente: “Marca mejor tus límites. No les concedas tanto poder a los
demás. Resuelve el problema en vez de enfadarte por ello”. Entonces, la
irritación se convierte en un impulso positivo.
Cuando los celos llaman a mi puerta, puedo preguntarles
qué anhelo se oculta en ellos. Probablemente me harán caer en la cuenta
de que siento la necesidad de que alguien me ame solo a mí, de ser yo
para mi pareja o mi amigo el único amado. Cuando me confieso esta
necesidad, me percato de cuan exagerada es. Pero no me juzgo por tener
semejante necesidad. En la medida en que la reconozco, estoy en
condiciones de relativizarla. De modo análogo, puedo interrogar al miedo
o a la depresión, y, de esa suerte, familiarizarme con tales
sentimientos. Y de golpe cobro consciencia de que, en el fondo, quieren
decirme algo positivo. El miedo desea indicarme la medida adecuada, la
medida en aquello de lo que me creo capaz, pero también la medida justa
en relación con las expectativas que deposito en la imagen que me hago
de mí mismo. […]
Es interesante ver qué experiencias vive la gente con
este ejercicio. Una participante en uno de mis cursos tenía problemas
con su hija; todo lo hablado hasta entonces en el marco de una
psicoterapia y de un acompañamiento espiritual no le había ayudado en lo
más mínimo. Tenía miedo de seguir dando vueltas a los mismos
pensamientos al realizar el ejercicio del portero. Pero ya solo la
pregunta dirigida a los sentimientos: “¿Qué anhelo late en ti?”, le
trajo paz interior en medio de tales sentimientos. Algunas personas
cuentan que, cuando permiten aflorar a todos los pensamientos y
sentimientos, ya no los perciben con tanta intensidad. El miedo a verse
inundado por los pensamientos suele carecer de fundamento. Cuando se les
permite ser, los sentimientos ya no tienen que pedir la palabra con
violencia. Así, muchas personas viven esta media hora como
tranquilizadora. De repente, notan una profunda paz interior. Ya no
consumen más energía en sofocar y reprimir pensamientos desagradables. A
todo se le permite ser, pues todo tiene un sentido: todo puede, en
último término, conducirnos a nosotros mismos, a nuestro centro, a
nuestra verdad. Y solo la verdad nos hace libres.
Confrontarse con la propia verdad requiere coraje. Pero
el solo hecho de permitir ser a todos los sentimientos y pensamientos,
les priva ya de su poder. También es útil la idea de que los
sentimientos, lejos de inundarme, son interrogados por mí. Así pues,
adopto un punto de vista desde el que puedo dirigir mi atención a las
emociones. El rol de portero me infunde seguridad y claridad para
abordar los pensamientos y sentimientos de tal modo que me sean
provechosos y dejen de determinarme. El resultado del ejercicio del portero es, por regla general, una gran paz y una intensa calma.
Adaptando el Ejercicio del Portero a nuestro día a día
Grün sugiere que este ejercicio sea realizado solo
cuando nos sentimos profundamente inquietos. Sin embargo, más allá de
hacerlo de esta manera puntual por media hora, también puede ser muy
valioso aplicarlo diariamente de una forma más liviana y simple: en
cualquier momento del día, o cuando me voy a dormir, o cuando me
propongo a meditar o a realizar cualquier otra actividad, solo
preguntarle a cada pensamiento o sentimiento que aparece: “¿Qué quieres
decirme? ¿Qué anhelo late en ti?”, y desde un lugar de receptividad
amorosa ver qué surge o qué me dice, y si me distrae o me aleja de mi
propósito de ese momento, lo reconozco como algo mío y luego lo dejo
partir. Por ejemplo, puede pasar que me dispongo a dormir y de pronto un
pensamiento que me recuerda que ese día esperaba una llamada que no
llegó puede inquietarme y entonces lo escucho, lo reconozco como una
parte mía que tiende a tener expectativas con respecto a los demás, lo
dejo partir y vuelve la calma. Y así pueden ser muchos los momentos en
los que puedo aplicar el ejercicio. Hasta en la comunicación habitual,
cuando siento que una idea me distrae y percibo que puedo dejar de
escuchar al otro, vuelvo inmediatamente después de una rápida
interrogación a ese pensamiento o sentimiento distractor. Si lo
incorporamos y lo hacemos nuestro, el ejercicio se hace tan rápido y
natural que pasa a ser un hábito simple y con resultados muy positivos.
Recordemos que desde lo cotidiano y lo pequeño vamos llegando a los
objetivos más grandes, como el de apaciguar la mente y conectarnos con
nuestra Esencia.
Fuente: Una visión personal de “Apaciguar los días” de Ansel Grün
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