Existe una historia sobre un gran Kabbalista llamado Baal Shem Tov.
Cada vez que él caminaba dentro de un lugar de oración, iba hacia un
grupo de gente allí y los saludaba con un saludo especial, el cual era
utilizado para dirigirse a alguien que ha estado lejos por tres o más
días.
Luego de semanas y semanas de escuchar esta salutación
única, uno de los hombres preguntó: “Maestro, no he dejado la ciudad, lo
veo todos los días. ¿Por qué cada vez que me ve, siempre me saluda de
esta forma?”.
El Baal Shem Tov respondió: “Mientras estás orando,
¿dónde te encuentras? ¿Estás pensando sobre cosas espirituales? ¿O estás
pensando sobre las vacaciones que quieres tomar, o tal vez sobre todas
las cosas que necesitas durante el día? Es por esta razón que siempre te
saludo como si hubieras estado lejos, porque no estás aquí en tu mente,
no estás aquí en tu conciencia”.
¿Qué significa esta historia para nosotros? Básicamente,
cuando oramos, leemos un libro sagrado, meditamos o utilizamos
cualquiera de las herramientas espirituales para intentar generar
energía por nosotros mismos, necesitamos preguntarnos: ¿Dónde está
mi conciencia? ¿Estoy en sintonía con la acción que estoy ejecutando
ahora mismo? ¿Estoy pensando y meditando en cómo puedo llegar a otros?
Tal vez más importante, ¿Estamos presentes con nosotros mismos y con
las personas a nuestro alrededor mientras nos movemos en el transcurso
del día?
Esta semana necesitamos aceptar que nosotros somos los
únicos que podemos ocasionar nuestro nivel espiritual. Hacer crecer
nuestra conciencia es la única forma de movernos cerca de la Luz. Para
elevarnos por encima de las limitaciones del mundo físico, necesitamos
escoger actuar de manera proactiva para compartir, aprender y
transformar. Al no avanzar en nuestro trabajo espiritual, al sólo seguir
nuestra vida como está y al hacer lo que nuestro ego quiere, creamos un
circuito que no está conectado con la Luz.
Y lo que ocurre entonces es que de hecho disminuimos la
Luz espiritual en nuestra vida así que se vuelve cada vez más difícil
para nosotros reconocer cuando cometemos una acción negativa hasta que
con el tiempo lleguemos, Dios no lo permita, a alcanzar un estado de
conciencia en el que no podamos reconocer la negatividad.
¿Por qué te estoy diciendo todo esto justo ahora? Bueno, la lectura de la Biblia para esta semana discute la idea del Kohén, que significa en español “el sacerdote”. Esta semana leemos lo que un Kohén puede
y no puede hacer y con quiénes se pueden o no asociar. Hay muchos
detalles específicos importantes en esta lectura, pero en lo que me
gustaría enfocarme aquí es en cómo esta idea del Kohén se aplica a nuestra vida.
Básicamente, lo que necesitamos reconocer es que en cierto nivel, cada uno de nosotros es como un Kohén.
Todos somos puros. Todos somos el pueblo de Dios. No me
refiero a “puros” en términos de no hacer cosas que son terribles. Todos
hacemos tales cosas. Es por ello que estamos vivos. Decimos las cosas
incorrectas. Comemos las cosas incorrectas. Actuamos de manera
equivocada. Y Dios sabe lo que hacemos y no hacemos en la privacidad de
nuestros hogares.
Pero nada de esto importa.
Lo que sí importa es que cada uno de nosotros ha sido dotado con una chispa del Creador. Es nuestro trabajo actuar como Kohanim: ser
la salvación para alguien que nos necesite, ser la voz para alguien que
lo necesite en momentos de cuidado, ser la sabiduría para el amigo que
necesite nuestra ayuda en el medio de la noche. Pero para hacer esto,
necesitamos ser un participante activo en nuestra propia vida así como
estar presente para las personas a nuestro alrededor.
Todos somos parte de la Luz. Es fácil cuidar cualquier
reparación entre nosotros y el Creador. Pero las cosas que hacemos para
herirnos los unos a los otros, esas son las cosas que pagaremos en el
futuro. Tu y yo y todos en este mundo está conectado en una gran cadena
humana, y ser parte de esta cadena es nuestra mayor fortaleza.
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