Hay una historia sobre un gran Kabbalista llamado Rav Akivá que se
reunía todos los días con sus estudiantes para enseñarles. En una
ocasión sin embargo, uno de sus estudiantes no se presentó, así que más
tarde esa noche Rav Akivá fue a la casa del estudiante donde encontró al
joven solo y muy enfermo.
Rav Akivá cuidó del estudiante dándole comida y medicina y
ocupándose de la casa. Eventualmente el joven se recuperó, pero lo que
más entristeció al gran Kabbalista es que ninguno de los otros
estudiantes ni siquiera se dieron cuenta del que faltó. “¿Cómo es esto
posible?”, se preguntó Rav Akivá, “con todos estos grandes sabios, y
nadie vio el sufrimiento de alguien que estudió con ellos todos los
días”.
Esta historia contiene una lección poderosa. El atributo
espiritual más importante que tenemos es nuestra humildad, es decir
nuestra habilidad de abrir nuestros ojos y ver a las personas alrededor
nuestro. Esta habilidad es lo que separa nuestro verdadero trabajo
espiritual de lo que pareciera ser trabajo espiritual.
Hay muchos de nosotros que disfrutamos aprender de un
libro, de aprender con otra gente, ser parte de un establecimiento
religioso o espiritual. Pero de todas estas personas, ¿cuántos de
nosotros estamos realmente dispuestos a hacer el trabajo que requiere
salirnos de nosotros mismos para estar allí por otros, especialmente
cuando hacerlo es incómodo?
Esta semana recordemos que la espiritualidad no es algo
que simplemente nos pasa, es algo que creamos. Es como estar en una
piscina y empujas el agua hacia afuera. La cantidad de agua que empujas
es la cantidad de agua que se te regresa. Es lo mismo en el sistema de
vida. El esfuerzo y la energía que usamos en nuestras vidas y extendemos
a las vidas de lo que están alrededor nuestro es la energía que vamos a
recibir de regreso
Si te gustó por favor compártelo con un amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario